la sobremesa #5: tengo que disculparme
Thanksgiving, lo que dejó noviembre, la primera nevada de Nueva York y la promesa de diciembre.
Tengo que disculparme.
Con vos, conmigo y con mis padres.
Con vos porque te prometí una sobremesa semanal y hace dos que Substack me reclama.
Conmigo porque me convencí de que podía tener la constancia que, por lo menos, simula tener Carrie en esta ciudad, y acá me tenés, con una alarma de una hora para poder terminar esta nota antes de irme a cenar.
Con mis padres porque, a pesar de que les cuesta escuchar mi podcast por mi manera de hablar extremadamente rápida, son fanáticos de leerme por este medio.
Mis disculpas son sinceras, pero no contienen una promesa de que esto vaya a cambiar. Todo lo contrario, es una reafirmación de quién soy.
La razón de esta tardanza se debe a que estos fines de semana tuve una visita un tanto especial. Mi amiga Luli aprovechó un viaje laboral para que nos vayamos de joda por Manhattan y Brooklyn, así que no me quedó otra que dedicarle mis tiempos libres a ir de bar en bar, brunchear y bailar hasta las cinco de la mañana.
Una sobremesa en la vida real, se podría decir.
Lo que quedó de noviembre
Noviembre se entromete entre los meses de octubre y diciembre para darle el redoble de tambores a un final de temporada.
Los personajes que trae noviembre vienen a reemplazar a los que creías protagonistas del año, a ponerle fin a eventos canónicos y dar pie a las aventuras espontáneas e impulsivas que trae diciembre. Noviembre es extremadamente necesario porque no pide ni perdón ni mucho menos permiso.
Noviembre siempre fue el final de una primavera, el comienzo de un verano y las cenizas que quedan de un corazón roto. Una fiesta, un encuentro, alguien que me pidió bailar y yo, sin dudarlo, le dije que sí. Una fecha que se resignificó y la memoria de una juventud que fue tan divertida como peligrosa. Noviembre vive en mí como el capítulo más intenso y maniático de mi vida, aquel mes en donde me permito la rebeldía y camino en un campo minado con la inocencia y la viveza de una adolescente.
Hoy noviembre huele a jengibre y vino tinto. Se siente como cashmere y suena a Sinatra y risas de extraños. Es mi primer año sin primavera, aquella estación que siempre me llenó de encuentros sorpresa y amores inoportunos. Nunca me imaginé una vida sin primavera, y este noviembre es en lo único que pienso, porque, ¿qué es este mes sin el comienzo de las noches cálidas que suenan a juventud?
Noviembre me hace ponerme un saco y me saca la falda; las botas no se guardan y todavía quedan retazos de aquel verano que viví. Hace un año cantaba con mis amigas las canciones que me vieron crecer, y hace dos lloraba junto con ellas y me acordaba que hace cinco, noviembre se convirtió en aquel mes que siempre iba a esperar, con ansias y miedo porque noviembre no se anuncia, simplemente se entromete.
Entre la melancolía de octubre y la promesa de diciembre. Ahí está lo inoportuno de noviembre.
Los marshmallows se comen con batata
El yankee no sabe comer.
Todo lo que ustedes ven en redes que aparenta ser lo mejor que van a probar en su vida es, como mucho, mediocre y empalagoso. La vara gastronómica de este país se encuentra en el subsuelo y, cada vez que pruebo un plato nuevo, mi decepción incrementa con cada bocado.
Sin embargo, soy periodista y mi labor me obliga a hacer trabajo de campo en todo ámbito que me genere curiosidad, y las recetas norteamericanas siempre me intrigaron muchísimo. Es por eso que tuve que salir a investigar.
Thanksgiving es una festividad que nunca tuve presente en mi vida, más allá de ser la razón de mi episodio favorito de Gossip Girl. Vinculada directamente con Tripp Vanderbilt y Whatcha Say de Jason Derulo, Thanksgiving era una festividad que prometía drama de calidad.
Gracias a que mi amiga Luli vino a visitarme este fin de semana, tuve la oportunidad de pasar mi primer Thanksgiving en un departamento lleno de yankees y de platos cuyo ingrediente principal es la manteca. Fue fabuloso.
ESTUDIO SOCIOLÓGICO: THANKSGIVING
• Los marshmallows con batata son exquisitos, no pensé que me iban a gustar y terminó siendo mi plato favorito. Luli dice que estoy muy yankee. Yo me ofendo.
• El pavo no me gustó; extraño la carne argentina. Sobre todo las milanesas de papá.
• Acá están obsesionados con el stuffing, que en pocas palabras es pan viejo con muchas otras cosas. A mí me pareció muy feo. No soy tan yankee.
• Mi nivel de alcoholismo ha crecido exponencialmente en los últimos meses. Estoy convencida de que en Argentina no tomamos tanto como creemos porque, para nosotros, tomar vino un lunes es algo excepcional y acá es parte de la rutina.
• Reitero que el mac & cheese está sobrevaloradísimo.
• Que mi apodo sea Barbi sigue siendo mi mejor arma cuando estoy en el exterior.
• Todos se van en Thanksgiving. Pero quedan los mejores personajes.
Todo suena a comedia romántica
Nueva York siempre me promete ser una comedia romántica, al punto que ya es insufrible. Conozco esta ciudad más de lo que debería y las películas que la inundan me las he visto casi todas. La de correr por sus calles cumpliendo sueños, me la sé, como también la de tener que lidiar con el crecer y la de llorar porque lo que creías real en realidad era la farsa más convincente del siglo.
Sé de guiones, de edición, de mezcla de sonido, de actores y de vestuario. Sé las calles que cortan con Broadway y cómo llegar del West Village a mi café favorito de Tribeca. Sé las galerías que todos deben visitar en esta ciudad y también la historia detrás de mis edificios favoritos. Sé de diseño y de arquitectura, un poco de gastronomía y un tanto de música.
Conozco esta ciudad porque la doy vuelta cada vez que puedo y corro con la inocencia de una nena recorriéndola por primera vez. Y, aun así, nunca la había escuchado como ahora. Como una comedia romántica.
Las luces de los árboles se prenden y los locales dejan caer sus cortinas para que los brillos inunden una avenida que pensé que había dejado en mi pasado. El cinismo que apareció a mis 24 años se desprende de mi cuerpo con cada canción que escucho, y me doy cuenta de que no la conozco todavía, que, aunque busque constantemente, nunca logro conocerla.
Veo historias que se entrecruzan en la esquina y tapados que se cuelgan en bares, conversaciones que parecen haber sido guionadas y otras que son producto de una improvisación hermosa. El café se enfría entre mis manos mientras veo cómo el atardecer pasa a ser algo del mediodía, y la noche nos da todo el tiempo del mundo para conocernos. Los pájaros no cantan y, por primera vez, prefiero una noche de invierno a una de verano.
“Está nevando, vení.”
Corro. Nunca vi nieve caer, excepto, claro, ese 9 de julio de 2007.
Tenía 9 años y estaba jugando con mis amigas Vicky y Jor. Escuchamos los gritos y prendimos la tele. Nieve. Ese fenómeno tan extraño y ajeno para aquellos que vivimos en Buenos Aires estaba ocurriendo, ¡y en el día de la independencia! Si yo les digo que Argentina es el main character, no les miento.
Me acuerdo de ir a la terraza de Jor para sentir la nieve en nuestros dedos y soñar con que quizás podamos copiar aquellas películas que veíamos y armar un muñeco. ¿Acaso estos iban a ser todos nuestros inviernos? Claro que no, sino nunca me habría acordado de aquella fecha ni hubiese sentido lo que sentí cuando vi aquella primera nevada en Nueva York.
La nieve me esquivó todo el martes 3 y parte del miércoles 4. Nevaba por momentos, y yo no lograba verla. Me hacía el ole más grande de mi vida y yo solo pedía que, por favor, no me deje irme sin sentirla en mi tapado.
Y así es como un miércoles 4 de diciembre a las 11:50 PM vi la primera nevada del año en la esquina de Spring St. y Elizabeth St. Inoportuna, hermosa y un tanto predecible, como si algo dentro mío hubiese sabido que esa nieve tenía que aparecer ahí, como si un guionista me lo hubiese susurrado al oído.
Diciembre
Hablé de noviembre porque arranqué a escribir esta sobremesa hace una semana y lo sentía cercano, me tocaba, y las palabras salieron corriendo de mis dedos.
Hoy no rozo noviembre, pero pienso en enero.
De diciembre no se habla, no se toca, no se logra entender, porque ningún diciembre me hace acordar al anterior.
Un periodo de amnistía, de aquello que nos quedó pendiente y lo que juramos dejar en la mudanza.
Qué se va, qué se queda, qué aparece para ser el final de temporada perfecto.
Diciembre es una fiesta que te corre
Un periodo en donde todo vale
El incentivo producto de un final anunciado.
Que divertido que va a ser diciembre.
Al final no tengo que ir a cenar, pero se cumplieron 8 años de La La Land y ayer vi The Umbrellas of Cherbourg así que no me queda otra que hacer algo al respecto.
Pero primero un café con galletitas.
Me levanto de la mesa.
Xoxo
Barbi
Tu reseña de la comida me hizo reír, consumo mucho yanki en tiktok y siempre me pregunto qué gusto tendrán esos mejunjes que hacen.